martes, 22 de marzo de 2011

Violencia en la modernidad capitalista

Por Gustavo García


Actualmente la modernidad capitalista transmite el mensaje de que definitivamente la violencia destructiva ya no es el modo para lograr la afirmación del modo humano de la vida.[1] La modernidad se afirma como la realización de un proyecto económico y social encaminado a cancelar y anular toda violencia destructiva. Gracias a ella y a su “pacifismo”, los asuntos pueden resolverse sin recurrir a la violencia destructiva. La modernidad capitalista puede estar orgullosa del carácter “civilizado” de su política, pues ha creado instituciones para la solución de conflictos e instituido al discurso como el lugar privilegiado para la contienda. Pero, ante todo, la modernidad capitalista organiza su vida en torno a la premisa de que en su sociedad no se genera un otro-enemigo, es decir, que una violencia destructiva y enemiga no podría generarse dentro de ella. Se trata una comunidad de propietarios privados en armonía, cuyo único objetivo sería en alcanzar por fin la “paz perpetua” entre los individuos.
Sin embargo, para Bolívar Echeverría, al reinstalar artificialmente la escasez absoluta y cancelar la posibilidad de una abundancia relativa, la modernidad capitalista ha logrado reponer el drama primitivo de la violencia: la esclavitud. Consistente en crear el escenario de la constante ausencia de abundancia, la artificialidad de la escasez absoluta azota a las “capas más bajas de la población mundial”. Ello se refleja, por ejemplo, en la posibilidad siempre presente de perder el empleo; hecho que en última instancia significa “la posibilidad de perder el derecho a la existencia”.[2]

La violencia destructiva de las mercancías
Echeverría cuestiona la idea de que la modernidad capitalista no genera violencia y, por el contrario, afirma que la violencia destructiva existe actualmente, aunque ella es mucho más sutil e imperceptible pero más eficaz y poderosa, pues emana de las mercancías mismas; se objetiva o concreta en ellas. Esta violencia de las mercancías es el núcleo del que irradia o se fundamenta todo otro tipo innumerable de violencia.
La violencia elemental en la modernidad capitalista es la violencia que emana del “mundo de las mercancías”, la cual conmina a los seres humanos a subsumir la “forma natural” o "mundo de los valores de uso”. Es la violencia virtual o fáctica que a cada instante subsume, reprime y somete sistemáticamente a los individuos para que marchen en conformidad con la coherencia capitalista.
En la modernidad capitalista, el proceso de reproducción social sólo se lleva a cabo si se encuentra subordinado a la dinámica de acumulación de capital. Este sería el mensaje o principio incuestionable que conmina las posibilidades de producción y consumo a realizarse como valorización. Todos los medios de producción y consumo ejercen esta violencia porque su estructura técnica, desde su diseño, ha sido “tocada” por la “forma de valor”. Al utilizar estos objetos, el individuo se da a sí mismo la “forma de valor” que ese objeto le imprime. Los sujetos interiorizan o se apropian, a sabiendas o no, del ethos que les transmite la “forma de valor”, es decir, el impulso productivista del capital. Por ello, para el sujeto, vivir, realizar su existencia, es decir, realizar su propia supervivencia o autoreproducción, implica hacerlo de manera capitalista como sujeto explotado, tanto en lo físico como en lo específicamente humano.
A pesar de que en el primer libro de Echeverría, El discurso crítico de Marx, la palabra "violencia" aparece un par de ocasiones, este era un tema que en realidad pugnaba por salir por todos los poros de uno de los artículos de este libro, “Definición del discurso crítico”, cuya redacción data de 1976. En este breve y lúcido ensayo, Echeverría explica que hay un “dispositivo” normador, absolutizador y universalizador del código general de producción y consumo, el cual imprime a todos los objetos o significaciones un sentido apologético respecto del modo capitalista de reproducción social. Es un “contorno significativo estructurador”, el cual en todo acto de producción/consumo de mercancías o de significaciones condena al individuo a hacer una repetición del capitalismo.
Se trata de la violencia implícitamente omnipresente del dominio ideológico, la cual se presenta “materialmente” y también en la esfera profunda del “lenguaje de la vida real”: la conciencia y las ideas.[3] Los sujetos hablan por y en el “lenguaje de las mercancías" —como le llama Marx— en cuanto ejecución de los designios del proceso de valorización del valor. Ellas son el “lenguaje” de todos los actos de convivencia social que ratifican y prolongan la vigencia del valor. Las mercancías nos dicen que significar con “verdad”, esto es, comportarse debidamente, es lo mismo que significar en conformidad con la configuración capitalista. Ellas califican de “verdadera” o “falsa” la actuación humana, según se adecúen o no al capitalismo. Ellas dicen al individuo cómo comportarse, qué conducta es “buena” o “mala”; lo corrigen y lo mutilan en su actuación.
Por ello, las ideas impugnadoras son oprimidas por este “contorno capitalista”. Si algo en la vida moderna resulta merecedor de descalificación, cuando no de odio, es lo que escapa del “criterio de objetividad” capitalista: aquello otro-diferente. Revelarse, impugnar, inconformarse o resistir a la configuración capitalista es estar fuera de la “verdad objetiva” que corrobora el mundo; es estar mal o estar equivocado, y, en algunos casos, es ser un suicida.



[1] Bolívar Echeverría distingue entre dos tipos generales de violencia: violencia dialéctica o de trascendencia y violencia destructiva. Echeverría parte del hecho de que, en efecto, la violencia es una parte constitutiva del ser humano en general, ya que es inherente a todo acto de transnaturalización. Ella ha sido una práctica histórica y protagónica tanto de un aspecto de su sobrevivencia como de sus peores bajezas.
En realidad, la violencia forma parte de una estrategia de sobrevivencia que ha sido practicada en distintas épocas históricas, entre las cuales destacan las comunidades arcaicas o primitivas (de formas civilizatorias premodernas), cuyo objetivo sería afirmarse sobre la animalidad natural en bien de la animalidad social. A causa de la escasez absoluta a la que se encontraban condenadas, las comunidades primitivas estaban en constante riesgo de desaparecer. Por ello, tenían que sobreponerse a lo Otro (naturaleza, comunidades enemigas, etc.). Par lograrlo, debían poner en acción una estrategia de violencia, mediante la cual procuraban su sobrevivencia.
Esta es la violencia dialéctica, ella “reprime para fortalecer”, tanto al sujeto opresor como al objeto oprimido. Se trata de una violencia productiva en tanto siempre es dialécticamente superadora. Implica un primer momento destructivo y segundo momento reconstructivo. Esencialmente, no está dirigida a la aniquilación sino a la sublimación: “una violencia que convierte en virtud la necesidad o imposición estratégica de anular ciertas posibilidades de vida a favor de otras que son reconocidas como la únicas realmente indispensables para la supervivencia de la comunidad”.
La violencia destructiva es, en cambio, la violencia de abolición o eliminación definitiva de lo Otro u otro como sujeto libre. En ella no hay momento reconstitutivo o superador. Vid. B. Echeverría, Vuelta de siglo, pp. 63-66.
[2] Ibid, p. 72.

[3] B. Echeverría, “Definición del discurso crítico”, El discurso crítico de Marx, México, ERA, 1986, p. 41.

No hay comentarios:

Publicar un comentario